Piridina y sus homólogos. Los estudios clínicos de exposición humana han facilitado cierta información sobre la piridina, principalmente relacionada con tratamientos médicos o exposición a sus vapores. La piridina se absorbe por vía digestiva, cutánea o respiratoria. Los síntomas clínicos de intoxicación consisten en alteraciones gastrointestinales, con diarrea, dolor abdominal y náuseas, debilidad, cefalea, insomnio y nerviosismo. La exposi- ción a concentraciones inferiores a las necesarias para producir signos clínicos evidentes puede causar lesiones hepáticas de grado variable, con degeneración grave del lóbulo central, congestión e infiltración celular. Las exposiciones repetidas a concentraciones bajas de piridina provocan cirrosis. El riñón parece ser menos sensible que el hígado a los daños inducidos por esta sustancia. En general, las piridinas y sus derivados producen irritación local cuando contactan con la piel, las mucosas y la córnea. Las lesiones hepáticas pueden producirse por exposición a concentra- ciones demasiado pequeñas como para provocar una respuesta del sistema nervioso, de manera que no siempre los trabajadores expuestos pueden advertir la presencia de esta sustancia. Además, aunque el olor de la piridina se detecta fácilmente a concentraciones de vapor inferiores a 1 ppm, no se puede confiar en el sentido del olfato porque rápidamente se adormece.
La piridina en estado líquido y gaseoso comporta un grave riesgo de incendio y explosión cuando se expone a las llamas; también puede reaccionar violentamente con sustancias oxidantes. Si se calienta hasta su descomposición, desprende vapores de cianuro.
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